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IV. Sueño y síntoma: lo que ocultan los espejos

  • Foto del escritor: Camila (Cadavid Cruz)
    Camila (Cadavid Cruz)
  • 26 jul 2023
  • 19 Min. de lectura

Los enfermos, entre otros sucesos de su vida anímica, me contaban también sueños que parecían reclamar su inserción en la trama, de tan larga urdimbre, entre un síntoma de la enfermedad y una idea patógena.

—Sigmund Freud, El caso Dora.






Primero sueño


Si el psicoanálisis descubrió la organización y el funcionamiento último de la psique humana o no, eso no es lo que me ocupa en este texto. El psicoanálisis me interesa, no como ciencia exacta, sino como disposición a observar e interpretar lo que el comportamiento sintomático —los sueños, la enfermedad, el modo de hablar, etc.— puede mostrar sobre nosotras mismas. En su Respuesta a sor Filotea de la Cruz, sor Juana Inés de la Cruz cuenta que, cuando le quitaron los libros con los que estudiaba, entendió que el mundo entero podía leerse e interpretarse:


[...] aunque no estudiaba en los libros, estudiaba en todas las cosas que Dios crió, sirviéndome ellas de letras, y de libro toda esta máquina universal. Nada veía sin refleja; nada oía sin consideración, aún en las cosas más menudas y materiales; porque como no hay criatura, por baja que sea, en que no se conozca el me fecit Deus, no hay alguna que no pasme el entendimiento, si se considera como se debe.

(Sor Juana Inés de la Cruz, 2018, p-348)


Siguiendo su ejemplo, yo, al entender que había estado ciega y sorda, quise recibir el mundo y disponerme a leerlo.

Esta disposición a leer el mundo, que supone también fijar la atención, fue uno de los propósitos que asumí después del vértigo, que me había quitado esa capacidad. El vértigo me mostró que llevaba muchos años cerrada a recibir el mundo por la boca, los oídos y los ojos. Llevaba años sin poner atención. Esa clausura a la que me condené inconscientemente me llevó a perder el sentido de la orientación. Me resistí a hacer parte de los flujos que, como el vino entre las copas y el agua que transita por los mares, los ríos, los vapores y las lluvias, son los flujos del tiempo del mundo y del sentido compartido de la humanidad. Me excluí yo sola, y peleando contra corriente, me condené a la desnutrición y a la ceguera perpetua. Me castigué durante años hasta que me quedé sin fuerzas, y me dejé hundir y llenar por las aguas primordiales de ese mundo que no había visto, pero en el que siempre había estado.

Entonces volví al principio, y me vi con otras criaturas antes de ser dada a luz: comprendía que el mundo era compartido y que, si decidía descolgarme, debía aprender a abrir el corazón y llenarlo de mundo. La disposición a recibir las cosas del mundo, y la apertura que supone la aceptación de estar vacía —de conocimiento y de amor—, fue el regalo que me trajo el vértigo. He recorrido el camino del agua que se abrió entre las criaturas del mundo y yo en ese momento —y lo sigo haciendo— de la mano de sor Juana. Fue su poema Primero sueño el que me hizo volver la mirada hacia adentro y fijarla de nuevo en mis sueños, y a buscar en ellos ese mundo del que me había perdido por tantos años.

En Primero sueño, sor Juana narra el camino que recorre el alma al dormir. En ese camino he encontrado muchas similitudes con la visión que tuve en la ducha, de la que salí con la mirada y el corazón transformados a descubrir ese nuevo mundo. El poema empieza describiendo la llegada de la noche o, más bien, la huída de la noche, que llega a gobernar el nuevo hemisferio, después de haber sido vencida por el sol en una batalla en el hemisferio contrario. La “tres veces hermosa” —la luna y sus tres fases— llega a someter las imágenes del día con el silencio de la noche, y permite que este se llene únicamente con los sonidos de las aves nocturnas. Los animales de la noche salen hipnotizados a atender el arrullo de la luna. Todos sucumben ante las “armas soñolientas”, ceden ante “el retrato del contrario de la vida”, caen como muertos. Los animales que sor Juana presenta son los humanos que han sido convertidos por castigo divino: Nictimine, la lechuza; las Minieides, los mirciélagos; Ascálafo, el buho; Alcíone, el ave nocturna; Almone, el pez; Acteón, el venado (Tenorio, 2018, p. 260-264). Al describir el adormecimiento de las criaturas del mundo, sor Juana muestra el sueño como la representación de la muerte:


El sueño todo, en fin, lo poseía; todo, en fin, el silencio lo ocupaba; aún el ladrón dormía; aún el amante no se desvelaba

(Sor Juana Inés de la Cruz, 2018, VV. 146-149


El sueño es el retrato de “lo contrario a la vida”, que es la muerte, y, como la muerte, rae, iguala a todas las criaturas que habitan la faz de la tierra. No importa si somos reyes, plebeyos, hombres, mujeres, animales; a todos nos cubre la atmósfera silenciosa de la sombra nocturna. El sueño nos vence con “igual vara”. Todos obedecemos el reinado de Harpócrates, dios del silencio: las bestias dejan de comerse a sus presas, las guerras cesan, los hombres callan. El sueño es el “universal tributo” que pagamos a la naturaleza. La ley de la noche es inquebrantable. En este poema ocurre algo similar a lo que me ocurrió a mí en la inundación del vértigo: se llena todo de silencio y se mezcla todo con todo, de manera que se borra la figura —los límites entre una cosa y la otra—. En la muerte y en el sueño, como en la ensoñación que tuve en la ducha, se nos revive el recuerdo original de que todos fuimos creados iguales:

El alma, pues, suspensa del exterior gobierno —en que, ocupada en material empleo, o bien o mal da el día por gastado—, solamente dispensa remota, si del todo separada no, a los de la muerte temporal opresos, lánguidos miembros, sosegados huesos, los gases del calor vegetativo, el cuerpo siendo, en sosegada calma, un cadáver con alma, muerto a la vida y a la muerte vivo, de lo segundo dando tardas señas el de reloj humano vital volante que, si no con mano, con arterial concierto, unas pequeñas muestras, pulsando, manifiesta lento de su bien regulado movimiento.

(Sor Juana Inés de la Cruz, 2018, VV. 192-109)

La psique se libera en el sueño, pues el cuerpo está tan cansado que no logra gobernarla más. Como habiendo peleado todo el día (o toda una vida) contra corriente, el cuerpo se agota hasta que se deja vencer por el sueño (o el vértigo). El alma se separa del cuerpo, pero no completamente, pues la separación completa ocurre solo con la muerte definitiva, y no con la del sueño, que es temporal. Durante el sueño, no está viva la mujer, sino que el cadáver tiene alma. Ni viva ni muerta la mujer, ¿será el sueño el castigo que nos convierte a todos en animales, que nos obliga a perder el control de nuestra propia alma? “El alma pues suspensa del exterior gobierno”, dice sor Juana. ¿La liberación parcial del alma será también la del instinto reprimido que les da material y fuego a las imágenes del sueño? En la noche, el corazón, “el vital volante”, se sintoniza con el tiempo exterior: el de la bóveda celeste, las lumbreras, y el de los corazones de las otras criaturas del mundo.

Sor Juana describe el comportamiento de todo el cuerpo humano durante el sueño, hasta llegar al estómago, centro de producción del calor del cuerpo. Del estómago suben los “vapores de los cuatro humores” hasta llegar al cerebro, cuya interacción con la mente sor Juana describe según “la teoría de los sentidos interiores: la estimativa recibe lo que los sentidos exteriores captan del mundo, lo pasa a la imaginativa, que lo da a guardar a la memoria, pero también da material a la fantasía” (Tenorio, 2018, p. 269). Luego señala el mecanismo por medio del cual se producen las imágenes oníricas:

[...] pues si no fragua de Vulcano, templada hoguera del calor humano, el cerebro envïaba húmedos, mas tan claros, los vapores de los temperados cuatro humores, que con ellos no solo no empañaba los simulacros que la estimativa, dio a la imaginativa y aquesta, por custodia más segura, en forma ya más pura entregó a la memoria (que, oficiosa, grabó tenaz y guarda cuidadosa), sino que daban a la fantasía lugar de que formarse imágenes diversas.

(Sor Juana Inés de la Cruz, 2018, VV. 252-266)


La imagen que sor Juana crea en los versos siguientes es la del faro de Alejandría, que era conocido por tener un espejo en la punta, en el que se reflejaba todo lo que ocurría en el mar, sin importar si estaba lejos o cerca (Tenorio, 2018, p. 270). El espejo reflejaba todos los barcos y su fortuna. Esta es la metáfora que usa sor Juana de ahí en adelante para hablar de la vida onírica como espejo de la vida en vigilia (Tenorio, 2018, p. 270). Describe cómo, inspiradas en el mundo diurno —visible—, aparecen ante el alma las imágenes invisibles:

[...] así ella, sosegada, iba copiando las imágenes todas de las cosas y pincel invisible iba formando de mentales, sin luz, siempre vistosas, colores, las figuras no solo ta de todas las criaturas sublunares, mas aun también de aquellas que intelectuales claras son estrellas, y en el modo posible que concebirse puede lo invisible, en sí, mañosa, las representaba y al alma las mostraba.

(Sor Juana Inés de la Cruz, 2018, VV. 279-291)


El alma —que está casi separada del cuerpo— está gozosa en su estado inmaterial, y se eleva. Se ven cerca los cuerpos celestes, que aunque diferentes en tamaño, son similares en magnitud. Pero el cuerpo, que en vigilia le impide conocer, durante el sueño deja al alma elevarse con más facilidad, aunque siga encadenada a él. Aunque obstaculizada por el peso del cuerpo, el alma continúa elevándose y supera la altura del Olimpo y las nubes que cubren su cumbre. En este recorrido, supera incluso las alturas alcanzadas por la civilización y el conocimiento humano, puesse eleva por encima de las dos pirámides más altas —que son al mismo tiempo representaciones del poder de los faraones y su tumba—. El alma alcanza una altura superior a la de las construcciones humanas más altas, y así supera también la visión de los sentidos exteriores: solo con el despertar de los sentidos interiores durante el sueño, el alma puede conocer los misterios de la creación. Y entre más se eleva, más olvida que sigue atada al cuerpo, y que la visión del conocimiento humano, como el sueño y las pirámides, es una ilusión, y que la búsqueda del ser humano por alcanzar el conocimiento es soberbia y encuentra límites que no puede franquear. Para mostrar esto, sor Juana trae la imágen de la torre de Babel, que es el recordatorio de que todos fuimos creados iguales, y las diferentes lenguas —que nos condenan a la inconstancia, la confusión y el desacuerdo— son también el recordatorio de nuestra soberbia:

Estos, pues, montes dos artificiales (bien maravillas, bien milagros sean), y aun aquella blasfema altiva Torre de quien hoy dolorosas son señales —no en piedras, sino en lenguas desiguales, porque voraz el tiempo no las borre— los idiomas diversos que escasean el sociable trato de las gentes (haciendo que parezcan diferentes los que unos hizo la naturaleza, de la lengua por solo la extrañeza),

(Sor Juana Inés de la Cruz, 2018, VV. 412-422)


Y así llega el alma a una altura nunca antes alcanzada por la mujer despierta, pero que es solamente una “casi elevación inmensa”, pues sigue sin superar la altura de la lumbrera soberana de la noche. La amplitud y la claridad de la visión de la creación divina son tales que sobrecogen por completo al alma, que queda atónita y temerosa. El alma “retrocede cobarde” ante la magnitud de lo creado, que no cabe en las figuras que la contienen ni en el entendimiento de quien las ve. Entre más mira el alma la creación, su multiplicidad y su singularidad, menos la comprende. El mundo no le cabe en la mirada:

[...] la vista perspicaz, libre de antojos, de sus intelectuales bellos ojos, sin que distancia tema ni de obstáculo opaco se recele de que interpuesto algún objeto cele, libre tendió por todo lo crïado: cuyo inmenso agregado, cúmulo incomprensible, aunque a la vista quiso manifiesto dar señas de posible, a la comprensión no, que, entorpecida con la sobra de objetos, y excedida de la grandeza de ellos su potencia, retrocedió cobarde.

(Sor Juana Inés de la Cruz, 2018, VV. 445-453)

El alma comprende que nada puede comprender. Que mirar no es lo mismo que ver, y que, como en Génesis 1 y 7, cuando se intenta reunir todo bajo la misma mirada, se termina mezclando una cosa con la otra, como en el principio de los tiempos, antes de que fueran creados el aire que separa una cosa de otra y la luz que permite distinguir las figuras. En el principio —y en el final—, cuando todo se junta, no hay imágenes, solo palabras indistintas en un zumbido incomprensible: “Y por mirarlo todo nada vía, / ni discernir podía” (Sor Juana Inés de la Cruz, 2018, VV. 481-482). Y ante la imposibilidad de conocerlo todo en vida, por la limitación del cuerpo —que tiene la mirada, la fuerza y el tiempo limitados—, la mujer puede únicamente conocer el mundo gradualmente: fijar la atención en cada cosa y en cada concepto, uno por uno, para ir ampliando, escalón a escalón, la mirada, para así alcanzar el entendimiento (la visión). Así comprende el alma durante el sueño: aunque se haya elevado por encima de todo, aún no comprende la belleza de lo pequeño. La respuesta a la grandeza de la máquina universal es la mirada atenta, detallada y precisa, posible solo con la aceptación de que jamás podrá conocer nada por completo.

El Primero sueño muestra distintos temas que me interesa señalar para mi trabajo como intérprete, después de haber atravesado el vértigo. Primero, la consciencia de que la mirada es limitada y de que el mundo es inabarcable, y de que, solo fijando la atención en los detalles, puedo ver y conocer, después de haberme dejado abatir por la abrumadora realidad de que creí saberlo todo y en realidad no había visto nada. Segundo, lo que también me ha interesado en todos los autores que he citado hasta ahora, aparecen la escritura y el habla como vías para recuperar la capacidad del discernimiento necesaria para reconocer y decir la verdad. Es decir, la posibilidad de ver con claridad y mostrar, en la escritura y en el habla —en la obra—, lo que he visto y veré en el tiempo de vida que me queda. Y por último, pienso con sor Juana en superar la parálisis del alma abrumada y temerosa que se sigue resistiendo a insertarse en los flujos del mundo y del sentido compartido de la humanidad, por las constantes frustraciones que supone el querer verlo todo. Estas son las reflexiones que, a partir de la parálisis del vértigo, me han llevado a consolidar mi práctica artística como intérprete de las creaciones humanas y las señales del mundo; las seguiré exponiendo a lo largo de los siguientes capítulos.


Sueño y representación


Desde el vértigo, que me trajo a la conciencia verdades profundas representadas en sueños, volví a mi viejo hábito de observarlos e interpretarlos, hábito que había abandonado cuando dejé de interesarme por leer el mundo, y que se me revivió cuando el zumbido me recordó que, en realidad, hasta ahora no me había interesado realmente por saberlo leer. Desde entonces, los sueños han reclamado insistentemente un lugar en la historia de mi vida y mi malestar, pues me muestran mis creencias inconscientes a través de imágenes que piden ser interpretadas.

La fragilidad de la imagen onírica, a la que solo se tiene acceso mediante la memoria y la imaginación, me ha obsesionado desde entonces, porque solo puede aparecer en la escritura o en la narración oral. El acceso a la imagen del sueño solo se da a través de la interpretación, con la que se busca atrapar una imagen original que no existe, en la que se esconde un recuerdo. Pensé después del vértigo, y sigo pensándolo ahora: si hay un camino místico, tiene que ser ese, el de atrapar las imágenes con las palabras para descifrar su relación con los sucesos de la vida. Que los sueños son la vía para conocer esa otra que soy, extraña para mí misma, y que también significan la posibilidad de encontrar un lenguaje común entre esa extraña y yo, y entre yo y otros seres humanos que vivieron antes que yo, o que vivirán después de mí; ese es el pensamiento que me hizo volver a buscar a Freud.

Como he mostrado hasta ahora, lo que busco al leer a otros y a otras, y al escribir mis interpretaciones sobre lo que dicen, es recuperar el juicio: entender qué dicen mis síntomas sobre mis creencias y mi forma de ver el mundo. Al encontrar conexiones entre mi malestar y lo que han dicho otros y otras escritoras —intérpretes—, sobre el mundo y su propia condición, he sentido un gran alivio.

Me interesa Freud —al igual que sor Juana— como intérprete y lector del comportamiento y de las narraciones humanas. Esta disposición a ver y a entender a los otros me ha enseñado que es posible acceder a lo que uno no supo ver por medio del sueño. Todo eso que me ha pasado y ha sido significativo, pero a lo que no atendí ni supe leer en su momento, aparece una y otra vez representado en mis sueños, y me da una nueva oportunidad de saberlo ver.


Freud me dijo, en La interpretación de los sueños, que el sueño es un recuerdo y, al mismo tiempo, la representación de un deseo cumplido (Cf. Freud, 2008, p. 38). Que soñar es mirar al pasado, o más bien, que soñar es ocultar el pasado, y que interpretar las imágenes del sueño es intentar descubrirlo: “[...] dentro del material latente del sueño hay algo que reclama realidad efectiva en el recuerdo, vale decir, que el sueño se refiere a un episodio ocurrido de hecho y no meramente fantaseado. Desde luego, solo puede tratarse de la realidad efectiva de algo ignorado [...]” (Freud, 2007, p-33). Quise saber qué evento de mi pasado aparecía representado en el sueño de angustia que había tenido unas noches antes del vértigo. Pensé que ahí podía encontrar pistas sobre la razón de mi parálisis durante el vértigo, pero también sobre otros aspectos de mi vida —principalmente del que me ocuparé en este y los siguientes capítulos: la creación artística—.

De la teoría de la interpretación de los sueños de Freud, me interesan principalmente dos puntos relacionados con la producción de la imagen onírica. El primero es la relación del sueño con el recuerdo olvidado, el deseo reprimido y las imágenes de mitos y cuentos tradicionales en la producción del sueño. El segundo, los dos tipos de material del sueño: el manifiesto y el latente. Freud expone estos dos puntos en el caso de neurosis infantil El hombre de los lobos, en el que el análisis de un sueño infantil y un miedo persistente a los lobos a lo largo de la vida del paciente ayudaron a revelar un recuerdo fundamental en su neurosis. No pienso detenerme en detalles innecesarios del análisis de este caso, sino que únicamente mencionaré los hallazgos relacionados a los puntos que mencioné anteriormente. Estas interpretaciones de Freud me servirán de ejemplo para mostrar las revelaciones que me trajo el análisis de mi propio sueño sobre mi condición de parálisis ante la creación: ilustran el tipo de interpretación y lectura en el que me quiero ver envuelta.

En el relato de Freud, lo que impresiona al analizado de su propio sueño es que, después de tantos años, recuerde la imagen de los lobos con tanto detalle, así como la sensación de miedo de que lo devoraran a pesar de que le parecían inofensivos. Ese miedo a ser devorado se extendería por largo tiempo en su vida en vigilia. La narración del sueño infantil que el paciente llevó al análisis —más de 20 años después— es muy sencilla:

He soñado que es de noche y estoy en mi cama, (Mi cama tenía los pies hacia la ventana, frente a la ventana había una hilera de viejos nogales. Sé que era invierno cuando soñé, y de noche.) De repente, la ventana se abre sola y veo con gran terror que sobre el nogal grande frente a la ventana están sentados unos cuantos lobos blancos. Eran seis o siete. Los lobos eran totalmente blancos y parecían más bien como unos zorros o perros ovejeros, pues tenían grandes rabos como zorros y sus orejas tiesas como de perros al acecho. Presa de gran angustia, evidentemente de ser devorado por los lobos, rompo a gritar y despierto. Mi aya se precipita a mi cama para averiguar qué me había ocurrido. Pasó largo rato hasta convencerme de que sólo había sido un sueño, tan natural y nítida se me había aparecido la imagen de cómo la ventana se abre y los lobos están sentados sobre el árbol. Por fin me tranquilicé, me sentí como librado de un peligro y torné a dormirme.

(Freud, 2007, p-29)


Freud empieza el análisis del sueño buscando relaciones entre la imagen del lobo y el miedo del paciente a ser devorado, por un lado, y algunos cuentos de hadas populares, por el otro. Primero lo relaciona con “Caperucita roja”, pero al no encontrar otra similitud además de la presencia del lobo aparentemente inofensivo, lo descarta, y sigue buscando. Aparece entonces el recuerdo de un cuento que le había contado el abuelo al niño, cuento que tiene muchas más similitudes. En el cuento del abuelo, un lobo entra por la ventana y ataca al protagonista; no hay un solo lobo sino varios; aparece también la imagen de un árbol alto al que los lobos intentan subirse, montándose unos sobre otros; y por último, en ambos relatos se menciona la cola del lobo. Freud muestra también la conexión entre el número siete y el cuento popular “El lobo y los siete cabritos”, en el que el lobo devora a seis de ellos, y queda como único sobreviviente uno que logró esconderse en la caja de un reloj (Cf. Freud, 2007, p- 33).

El contenido manifiesto del sueño del niño se produce gracias a la estrecha relación entre dos imágenes que el paciente ha relacionado entre sí inconscientemente: el recuerdo de un evento real —el de haber visto a sus padres teniendo sexo a una edad muy temprana (contenido latente)— y una imagen repetitiva en los cuentos tradicionales que le causan un terror similar al niño en la vida consciente —el lobo devorador al que después matan para sacarle de la barriga a las personas que se comió (Cf. Freud, 2007, p- 31)—. El análisis busca, a partir de la libre asociación del paciente, identificar las relaciones con la vida en vigilia —el comportamiento, los recuerdos y otros síntomas— para revelar el contenido latente: lo que se oculta detrás de la representación onírica. El inconsciente, que crea relaciones entre una cosa y otra por adherencia, busca la manera de expresar un contenido reprimido por medio de otras cosas con las que se relaciona.



Lo que me parece fascinante de esta forma de analizar las imágenes es la consciencia de que la imágen onírica—y me adelanto a la conclusión de este ensayo, pues creo esto de las imágenes en general— no muestra nada directamente. En los años que llevo trabajando como intérprete del tarot, y entre más atención pongo en los estudios místicos, he entendido que mirar las imágenes no basta para ver su significado. Una imagen, como un síntoma y como un texto, puede representar muchas cosas a la vez, y si la miramos con atención, podemos encontrar relaciones que conectan su contenido con el de otras imágenes, y con otras cosas. Ver la imagen con desconfianza, pero con atención, para encontrar las relaciones ocultas que tiene con la vida y con otras representaciones visuales o literarias, me inquieta mucho como intérprete, pues creo que por esta vía es posible ver el fuego de la verdad con el que arde. Las imágenes no son transparentes: parecen más bien una veladura que hay que atravesar para ver lo que tienen detrás. La imagen oculta más de lo que muestra. Esta desconfianza en las imágenes, y en general en la capacidad de ver con los ojos exteriores, aparece en distintos poemas de sor Juana, en los que habla del retrato como una imitación insuficiente del carácter de una persona. Sor Juana también fue consciente de que las imágenes oscurecen el concepto que representan —porque sabe que la mirada y el entendimiento son limitados—, y de que para ver, en vez de simplemente mirar lo que muestran, hay que descubrir lo que esconden.

Así describe sor Juana el final de la noche y la confusión del alma recién llegada de nuevo al cuerpo:


Y el cerebro, ya desocupado, las fantasmas huyeron y, como de vapor leve formadas, en fácil humo, en viento convertidas su forma resolvieron. (Así linterna mágica, pintadas representa fingidas en la blanca pared varias figuras, de la sombra no menos ayudadas que de la luz: que en trémulos reflejos los competentes lejos guardando de la docta perspectiva, en sus ciertas mensuras de varias experiencias aprobadas, la sombra fugitiva, que en el mismo esplendor se desvanece, cuerpo finge formando, de todas dimensiones adornado, cuando aun ser superficie no merece)

La comparación del sueño con la linterna mágica —aparato proyector precursor del cinematógrafo— le sirve a sor Juana para advertir sobre lo engañosas que son las imágenes, y sobre la facilidad con la que caemos en la ilusión de que estamos viendo la realidad directamente al mirarlas. La linterna mágica puede imitar con gran precisión y nitidez la realidad. Pero si miramos con atención, podemos atravesarla, y ver así que tras este juego de luces y sombras, solo hay una pared blanca y que, una vez acaba la oscuridad de la noche, el sol borra las figuras para darle luz a la creación, que no es otra cosa que el reflejo de su creador. Esta forma de pensar la imagen, como una superficie que esconde otra imagen, está también en el análisis freudiano de las imágenes de los sueños.

El pensamiento de Freud y de sor Juana, como escritores e intérpretes, me hace pensar que el sentido no está contenido en una imagen particular, sino en el espacio entre una imagen y otra. El espacio que se llena con lo que se dice y se escribe sobre ellas. En una lectura de tarot —o en una interpretación de cualquier imagen— el sentido no está contenido en las imágenes de las cartas mismas, tomadas individualmente. El sentido aparece con el montaje, es decir, en la combinación de unas cartas con otras en un órden específico. Pero el montaje sigue siendo insuficiente si no se tiene la narración de la intérprete sobre las imágenes y de la consultante que las relacione con su propia vida. Solo en lo que intérprete y consultante dicen y narran, que se filtra por el espacio entre las cartas que configuran el montaje, se muestra el sentido de las imágenes. En el caso de El hombre de los lobos, aparece el sentido cuando se ponen juntas las imágenes de los cuentos de hadas, la del recuerdo de los padres que tenían sexo, la que el paciente ve en el sueño, la que crea con su propia narración, la de la interpretación de Freud, e incluso la de mi propia interpretación como lectora del caso. Este juego especular de imágenes e interpretaciones es lo que he venido pensando y seguiré exponiendo a lo largo de este texto y de mi obra.


En el cuento “Si fuera pájaro y no supiera”, intenté llevar a la práctica un juego especular como el que veo en Freud y en sor Juana. Es una interpretación del último sueño que tuve antes del vértigo. Este sueño ha ocupado mi pensamiento desde entonces, y aún sigo intentando descifrarlo, buscando relaciones entre él y el malestar físico que me tumbó durante diecisiete días. Me impresiona que entre más lo pienso, menos lo veo; como la mariposa que escapa a la mirada de la que tanto habla Didi-Huberman, como la imagen que arde. Volver a recordar mi vida onírica y narrar lo que ahí ocurre en tercera persona —como si soñar fuera una forma de lanzarme fuera de mi propia torre y verla desde ahí, o desdoblarme y separarme parcialmente de mi cuerpo dormido— me muestra cuán extraña soy para mí misma. Con cada sueño recuerdo que no me conozco, y sobre todo, que no conozco mi propia capacidad de representar mi material psíquico de tan diversas formas. Es como si, de alguna manera, dentro de mí existiera una narradora y creadora de imágenes que yo misma no conozco, y lo que es peor, una capacidad creativa que yo misma no controlo.

Me tomó muchos meses ver que, detrás del contenido manifiesto del último sueño, había un recuerdo infantil relacionado con la parálisis, que había olvidado por completo. Ese sueño fue la entrada a la interpretación de muchos otros sueños en los que descubrí, una y otra vez, el mismo recuerdo detrás de diferentes imágenes. La imagen oculta que se repetía era la de una mujer infértil embarazada que no lograba dar a luz.






Bibliografía


Freud, S. (2016). El caso Dora. Fragmento de análisis de un caso de histeria. (1.a ed.). Amorrortu.


Freud, S. (2008). Obras completas: La interpretación de los sueños. Primera parte. 1900. (1.a ed.). Amorrortu.


Freud, S. (2007). Obras completas. De la historia de una neurosis infantil: el hombre de los lobos y otras obras. 1917-1919. (1.a ed.). Amorrortu.


Sor Juana Inés De La Cruz. (2018). Sor Juana Inés de la Cruz. Ecos de mi pluma. Antología en prosa y verso. (M. L. Tenorio, Ed.; 1.a ed.). Penguin Random House.








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